domingo, febrero 26, 2012

CRONICA DE UNA COLA ANUNCIADA

Todo se inició con un inocente mensaje de texto de mi hermana, el Domingo previo al Lunes de Carnaval, diciendo: “Mañana vamos a ir a pasar el día en la Colonia Tovar, ¿Quieres ir?”. A lo que yo, a pesar de estar tan cansado, y con ganas de quedarme durmiendo, dije para mis adentros: “Voy a ir. Después podré dormir, hay que aprovechar y hacer algo distinto”. Y entonces le dije que sí.

El día se desarrolló sin mayores contratiempos: una tradicional escala en el Junkito, para atiborrarnos del cochino y todos sus derivados, cachapas, etc. Y la adquisición del respectivo “armamento” (léase pistolita de agua) pues uno sabe de antemano que en estas fechas carnestolendas, el enemigo puede aparecer a la vuelta de la esquina. Adquirí de hecho 2: una para mí y otra para mi cuñado.

Pasamos de verdad un día agradable, típico de cualquier visitante en la Colonia Tovar: el chocolate caliente, comprar galletas de mantequilla, caminar por el pueblo, comer torta de ciruela, salchichas alemanas, etc., etc. etc.

Y una parada que no pude faltar nunca, es visitar a mi tía, quien además de haber vivido allá hace muchos años, va de manera regular (aun tiene su cabañita). Siempre es agradable visitar a la tía, tomarse un cafecito y pedirle prestado el baño antes de partir de regreso a nuestra querida Caracas.

Como todas las veces que visito a mi tía, desde hace innumerables años, siempre ella suelta esta perla: “¿Y a qué hora se va a regresar? Porque tú sabes que si te dan las 4, o las 5 aquí en la Colonia, la cola después es fuerte”. A lo que respondí, en tono confiado (eran más o menos las 3 de la tarde): “Es verdad tía, yo sé. Ya PRACTICAMENTE estamos listos”.

Como suele suceder, entre una cosa y otra, (que si comprando pan alemán, salchichas para el camino, etc.) nos dieron las 5 de la tarde. Y yo, con ánimos de no sonar “fatalista” ni “pesimista”, de vez en cuando soltaba el comentario: “Vámonos vale, que la cola va a estar fuerte”.

Por fin, a las 5 pm iniciamos nuestro viaje de regreso. Al principio, todos estábamos asombrados: casi ningún carro en el camino, mientras salíamos del pueblo. “¡¡Nos la estamos comiendo cuñado!!” era el comentario de rigor, dentro de la camioneta.
Poco duró nuestra alegría…..Poco después de superar el Arco que da la bienvenida a la Colonia Tovar, en la zona donde hay áreas para hacer fiestas y parrillas a orilla de la carretera, como por arte de magia, se había establecido un ESTACIONAMIENTO. Totalmente detenido.
¿La hora? 5:39 pm.

Allí comenzó lo que podríamos denominar una experiencia SURREALISTA.
Inmediatamente, la camioneta ya no era una camioneta, sino UN CASTILLO, UNA FORTALEZA, dentro de la cual debíamos mantenernos a toda costa, para evitar ser víctimas del hampa (ya que ese es un trauma, o paranoia que traemos incorporados todos los caraqueños).

Lo primero que hice, fue un inventario de recursos: cuánta agua, comida, gasolina y abrigo teníamos. Cuanta batería en los celulares, dinero, etc. etc. etc.
Gracias a Dios, el inventario arrojó que teníamos insumos de sobra: el cargador de celular conectado al carro aseguraba la conectividad con “la civilización”, había comida y bebida de sobra, gasolina y abrigo. Podríamos sobrevivir a la contingencia durante muchas horas, o hasta días si fuera necesario.

Lo segundo, era asegurar las salidas y los artículos de valor: seguros abajo, vidrios arriba y sacar las cosas de valor de las billeteras y ocultarlas en puntos estratégicos del carro (por ejemplo: en una bolsa de pan, había dinero en efectivo. En el estuche de mis lentes, estaban las tarjetas de crédito), para que a la hora de un posible RAQUETEO CHORIL, se llevaran cosas de poca importancia.

PROTOCOLOS DE SEGURIDAD

Al momento de apagar el carro para ahorrar gasolina y batería, se permitía una leve apertura de las ventanas, de NO MÁS de 2 ó 3 centímetros. Y NUNCA, bajo ningún concepto, se debía encender la luz interior del vehículo, ya que esto indicaba rápidamente al enemigo, cuantas personas íbamos adentro, de que sexo, y en donde estábamos sentados. (Cabe destacar que este protocolo se ROMPIO POR COMPLETO, cuando tuvimos que abrir la puerta del carro para salir a orinar en el monte).
Lo tercero, es fijar un punto de referencia (para saber que tanto se avanza), lo cual fue realmente fácil: había una camionetica por puesto, léase ENCAVA quizás unos 10 carros por delante, la cual usábamos para saber cuándo debíamos encender el carro porque la cola comenzaba a moverse.

Otro de los protocolos de seguridad reza, que si uno de los pasajeros abandona el vehículo (como por ejemplo para ir al baño, o para realizar un reconocimiento del terreno) los seguros se accionan inmediatamente después que la persona sale del carro. Y no se abrirán, hasta que el delegado se encuentre a menos de un metro de LA FORTALEZA, previa verificación de que viene solo, y no lo traen encañonado.

Una de las cosas que primero sucede en estas situaciones, es que uno de inmediato, se siente fuera de la civilización, fuera de la ciudad, principalmente porque todo lo que nos rodea es el monte, y la oscuridad…

Es ahí, que cuando empiezan a aventurarse personas afuera de sus carros (¡¡Horror!!) uno escucha comentarios como este: “Parece que ya estamos cerca de un poblado”, cosa que a uno lo tranquiliza.
También uno se vuelve analítico y estudia a los osados aventureros que salen a caminar. Por ejemplo: personas que pasaron al lado nuestro, a pie, los vemos de regreso como a los 10 minutos, con bolsas de chucherías y agua, son una MAGNIFICA señal de que la “civilización” está muy cerca.

EL INFIERNO ES EL DESTINO DE QUIENES SE COLEAN EN LA CARRETERA

Esa frase memorable, fue pronunciada (y también Twitteada) por mi hermana, luego de ver, con asombró, ¡¡como una cola de uno o dos canales de bajada (hacia Caracas) y un solo canal subiendo, se convertía en 3 y cuatro canales de bajada, y NINGUNO subiendo!!!
En ese punto, ya LA FORTALEZA no era tal, sino era un TANQUE DE GUERRA, justiciero, cuya única misión era impedir el paso de los abusadores que se querían meter de nuevo al canal “regular”. Ya en este punto, yo me había colocado al volante (establecimos guardias, para que el cuñado descansara un rato) y me tocó enfrentar a los abusadores, con mucha dificultad, a veces esquivándolos por apenas milímetros, mientras se impedía su reingreso a MI canal, en el cual yo venía soportando la cola desde hacía horas. La voz de mi cuñado gritaba desde el asiento trasero: “No importa que se raye la camioneta cuñado. ¡¡Lo importante es que no dejes meterse a nadie!!”.

A lo largo del camino, cual película de zombies, donde uno ve como ellos se transforman, veíamos a los carros delante de nosotros, que minutos antes venían de forma respetuosa y ordenada, delante de nosotros, haciendo su infernal cola; transformándose en monstruos infractores, y lanzándose al segundo, y tercer “canal” que se había improvisado. Lo comentábamos con tristeza entre nosotros: “¿Viste al de la Montero? Se convirtió!!!! . No lo dejaremos volver a entrar delante de nosotros, NUNCA.”

De esa manera, entre risas, episodios de frustración, sueño, y ganas de orinar, fueron transcurriendo las interminables horas, hasta que una vez llegados al Junkito, la cola como por arte de magia, desapareció y desde allí pudimos avanzar sin mayores inconvenientes.
¿Nuestra feliz hora de llegada? Nada más y nada menos que 10 pm

Conclusión: la conclusión de todo esto no es, ni que hay que respetar el paso de los carros, ni que hay que llevar siempre agua y algo de comer en el carro, ni tener los celulares cargados, ni nada de eso. La conclusión de toda esta fantástica (pero totalmente verídica historia) es: ¡¡¡HAGALE CASO A LA TIA!!! JAJAJAJAJA